19 abr 2010

Salir conmigo tiene precio

Yo soy de esas personas que le da importancia a las coincidencias y a las pequeñas señales de la vida... Aunque, no voy a negar que elegimos las señales que queremos ver y por consecuencia las interpretamos como queremos, pero ay les va una coincidencia demasiado curiosa a mi gusto.

Hace cerca de 3 años, conocí a un ex novio en una clase de deportes... Habían pasado ya varias sesiones y habiamos elegido ser parejas y pelear uno contra otro... Un día me acuerdo muy bien, mi camioneta estaba en el taller, seguramente la había chocado, y le comenté que me iba a esperar a que vinieran por mí.
Ofreció llevarme por la camioneta, pero cuando vió su celular con cinco llamadas perdidas de su roomate, hablo y se disculpó: "¡Perdón no te puedo llevar! ¡Acaban de entrar al depa a robar! ¡Me voy corriendo, te veo el jueves!"
¿Que mala onda no? Resulta que le robaron su laptop.

Hace algunos meses, estaba platicando con un conocido de varios años, la verdad es que me llamaba la atención y como que algo se estaba empezando a dar.
"No sabes lo que me pasó," me dijo un día "¡entraron a la casa, rompieron el seguro de la puerta, se llevaron mi laptop!".
"¡Se la bañaron!", le dije, "¿para que se llevaban tu laptop?, estaba ya bien viejita...."

La semana pasada estaba platicando con un amigo, de esos muy buena gente que te dicen "que suerte tiene el que este saliendo contigo"... Quedamos en ir por unos tacos, nada del otro mundo.
El jueves me habló. "Ey, en dónde andas?"
"Yo, en mi clase de cocina, tú qué onda?"
"¡Acabo de llegar a la casa y esta hecha un desastre, entraron a robar, rompieron la puerta, todo esta por todos lados!"
"¿¡En serio!? ¡Que mala onda! ¿Qué se llevaron?"
"Pues, la tele, nada de ropa pero sí mis perfumes, y las laptops."

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¡¿Coincidencia? La verdad es que no se cómo desifrar esta...

(¡No le digan a nadie, ya no van a querer salir conmigo!)

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajá, Andrea, ni hablar. Asegúrate de que quien te invite a salir no tenga ordenador portátil o de que tenga sus pertenencias aseguradas.
Eso o que sea millonario, así que después de varias citas todavía tendrá coche.

Efrén Ordóñez Garza dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Efrén Ordóñez Garza dijo...

Como yo leí tu blog completo, lo más cortés sería mostrarte algo de lo que yo he escrito. Tuve la fortuna de publicar este relato en un librito de la Casa de la Cultura. Espero que lo disfrutes.

Efrén Ordóñez Garza dijo...

EL ÚLTIMO REGRESO

El punto del viaje es en realidad muy simple. Efe tomará un tren rápido en la estación de Atocha, en Madrid y llegará a Sevilla dos horas y media después. Al abrir las puertas del tren, en la estación de Santa Justa, lo encontrará uno de los empleados e inmediatamente buscará a quien esté ahí para recibirlo. Si sucede de esta manera, y es probable que así sea, Dé se presentará corriendo e incrédulo en el vagón en el que viajó Efe. O tal vez ya lo hubieran sacado, pero sin duda se encontrarán en los andenes. Entonces Dé llamará a Madrid, al móvil de A, para informarle lo que ha pasado. Ella tomará el mismo tren, o el mismo trayecto, y las mismas dos horas y media se le harán una eternidad. Alguno de los dos, tal vez Dé, tenga que llamar a Monterrey para darles la noticia a los padres de Efe. Lo que siga de aquí ya dependerá de las autoridades. Si por Efe fuera, se reunirían todos en Sevilla y él no saldría más de esa ciudad. Pero esto ya no lo puede planear.

Es un martes de noviembre y una lluvia que pone los pelos de punta parece que cae sólo sobre el piso de Efe y A. O por lo menos así lo piensa Efe, y se lo dice a su mujer, que está en la cocina preparando una ensalada. Efe toma su copa de vino. No ha dejado de mirar por la ventana desde hace una hora. Tiene en el aparato de sonido un disco de Sonny Rollins que a los dos les gusta. A está totalmente arreglada, aunque van a cenar en casa. Efe no se ha bañado aún, y esto exaspera a la mujer, su mujer, que prepara la cena. Sobre la mesa del comedor tiene el boleto de tren, comprado esa misma mañana en la estación de Atocha. Por fin Efe deja de ver la lluvia y voltea a ver el boleto.

Efrén Ordóñez Garza dijo...

Siente la ligera brisa de los árboles que hay dentro de la estación de Atocha; siempre le han gustado, aunque siente que, a veces, salen sobrando. Cada que compra un boleto le cosquillea la espalda al pensar que la estación existe desde 1850 o algo así. Esa tarde, unas horas antes, llegó con el boleto y le dijo a su mujer que al día siguiente partiría a Sevilla, pero que era sólo por una noche, para ayudar a Dé con algún video que tenía pendiente. A lo entendió y no dijo nada. Se limitó a besarlo en la punta de la nariz, como a ella le gustaba. El tren sólo hacía una parada, en la estación Central de Córdoba. Era de la antigua y famosa Atocha, con techos demasiado altos, y por los que se podía ver el cielo, palmeras y árboles al centro y miles de personas caminando, siempre con el once de marzo en la cabeza, siempre con miedo y atentos a cualquier sonido extraño, a la estación en Córdoba, pequeña y ajada, hasta un poco tierrosa. Y al final, la moderna estación de Santa Justa. Parada obligada antes de salir de la estación y tomar un bus: el Café de Indias a mano izquierda, justo antes de salir, a un paso de las puertas de cristal. Un donut de chocolate y un café descafeinado con canela. Dé siempre iba vestido con algún color vivo y la melena larga, tal vez con algún piercing nuevo. Eran tantas las veces que había hecho ese viaje que, ahora que veía el boleto sobre la mesa sentía ganas de llorar, y tal vez derrama alguna lágrima de la que no se da cuenta, tampoco A, porque estaba en la cocina. Efe termina la copa de vino y lleva el boleto a su mochila café de piel, que ya tenía lista con un par de libros y su reproductor de mp3. La cena casi está lista y A se lo dice desde atrás de la puerta de la nevera. –Métete a bañar ya, que ya casi está listo. Además, no quiero acostarme a ver la película contigo sucio-. Efe coloca la copa sobre la mesa de la sala y entra a la regadera. Mientras se ducha piensa en lo que se pondrá al día siguiente. Lo hacía regularmente, pero esta vez era diferente. ¿Cómo lo iban a encontrar? Tal vez un saco de pana con parches en los codos, pantalón beige y zapatos de piel cafés. Un polo blanco, o tal vez amarillo. Llevaría la mochila, eso sí. Y hasta había escogido los libros por la mañana, por eso ya no pensaba en ellos. Mientras el agua cae sobre su cuerpo alcanza a ver el periódico tirado sobre el suelo de azulejo. El titular de los deportes habla de dos futbolistas que hicieron lo que quisieron con el Real Madrid, dos jugadores del Barcelona, Buba y Acevedo, el último un chileno de experiencia y larga trayectoria en el club blaugrana. Efe y A cenan tranquilamente y ven una película. Al día siguiente, a las diez de la mañana saldría el tren para Sevilla.

Efrén Ordóñez Garza dijo...

El plan estaba listo. Leería y escucharía música de Atocha a Córdoba. De Córdoba a Santa Justa tomaría su pastilla y en Santa Justa terminaría todo. Así, sin más. Por eso dije al principio que todo era muy simple.

Al llegar a Atocha, caminando, pues la estación estaba a unas calles de su piso, Efe se sienta a esperar la hora de salida. Son las nueve y media y abre el primer libro por la mitad: Fui a Gómez Palacio en una de las peores épocas de mi vida. Tenía veintitrés años y sabía que mis días en México estaban contados. Eran las primeras líneas de un relato que había leído ya un montón de veces. No se puede concentrar. Se dedica a ver a la gente pasar durante algunos minutos. Los ladrillos de las paredes, ¿cuáles serían nuevos y cuáles tendrían historia? Aunque, a decir verdad, también los más nuevos estaban cargadísimos de historia. Todo en Atocha desde aquel once de marzo la tenía. Bien me pudo tocar a mí de haber llegado antes a España, piensa. Por fin llega la hora de montarse en el tren AVE.

Efrén Ordóñez Garza dijo...

Le toca el tercer vagón y por suerte nadie a su lado. Ese es un trayecto diario y varias veces por día, entonces rara vez se veía lleno. El tren parte con un poco de retraso, como todo en ese país. Durante la primer parte del recorrido termina el cuento. Es la parte larga del viaje, de una hora y cuarenta y dos minutos. Termina otro relato, y cierra el libro justo al terminar el último párrafo: Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar.

Después de algunas canciones de Otis Redding llega, a las once cincuenta y cinco, a Córdoba. No puede bajar del tren, puesto que la parada dura un par de minutos. Apaga el reproductor y, en el último momento, algo fuera del plan; saca su libreta roja de raya y su Bic azul y empieza a escribir. Sobre lo que escribe no puedo decir nada. La única persona que sabrá lo que escribe será A. De hecho en la esquina superior derecha de la página se puede leer: A,

Piensa, tal vez, escribir durante el resto del viaje. Sobre el polvo que lo contagia y le provoca asma. El polvo de Córdoba que había aspirado años antes, la segunda vez que estuvo en España, aquella vez que viajó con Dé a Córdoba, de Sevilla a Córdoba en un coche de alquiler y sólo por un día. No le gustó mucho la ciudad. Tal vez sólo se dedica a escribir lo mucho que quiere a su mujer. Faltan cuarenta y tres minutos para llegar. Poca gente sube en esa estación y sólo dos personas se sientan cerca de Efe, pero no a su lado. Una señora de unos sesenta años y un joven con mochila de viajero y una pañoleta en la cabeza, cubriendo una larga y espesa cabellera, seguro que sin lavar. Nadie habla con él, por suerte. Observa su reloj constantemente, a pesar de que sobre cada vagón el reloj digital con números rojos le indica la hora. Por la ventana se puede ver su frente apoyada a ratos sobre el vidrio. Se acomoda el saco, se lo quita y luego se lo vuelve a poner. Revisa los cordones de los zapatos, y están amarrados. Calcetines, pantalón. Todo en orden en la mochila. De la bolsa delantera saca un frasco color vino con pastillas redondas, muy pequeñas, blancas. Faltan diez minutos para llegar a Sevilla, y así lo anuncia la voz del tren. ¿Era la misma en los trenes y en el metro de cada ciudad? Esto es lo último que piensa antes de tomar varias pastillas. No las cuenta. Diez minutos después el tren entra en Santa Justa, igual que muchos antes y muchos lo iban a hacer después. De eso nada iba a cambiar. El retraso de ese viaje en particular ya no importa.

Uno de los empleados recorre los vagones para cerciorarse de que no quede nadie a bordo. Mueve por lo hombros a Efe y, al no poder despertarlo, se da cuenta. Le grita a uno de sus compañeros y revisa entre la chaqueta, buscando algún documento. Efe había previsto esto y llevaba la cartera a la vista. Otro de los empleados, sin dar información vocea a Dé, o a quien estuviera esperando. Pegado en la cartera, Efe había dejado una pequeña nota en la que dejaba su nombre, su dirección y el nombre de su amigo, que lo esperaría en la estación. Dé corre por entre la gente hasta llegar al andén y no, no habían sacado a Efe. Entra en el vagón y lo toma entre sus brazos. La atención médica, que de nada sirve ya, llega justo después. Mientras se hacen cargo de Efe, Dé llama al móvil de A. Ella lo contesta inmediatamente con una broma. Dé le cuenta lo que acaba de ver. La línea se corta. Cuatro horas después Dé recoge en Santa Justa a la mujer de Efe. Se abrazan. Acuerdan en llamar a la familia juntos, y eso hacen. A pesar del fuerte golpe que resultó la noticia en Monterrey, los padres de Efe tendrán que reunir algo de dinero para viajar. No llegarán a Sevilla sino hasta una semana después.

Anónimo dijo...

heeeey ya van casi tres meses que no escribes. Tu blog está muy padre! No lo dejes!